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«¿Enamorarme otra vez? ¡Ni hablar, qué miedoooo!» Y tú, ¿has sentido eso alguna vez? No eres el único

Juani Femenia

Todos hemos sentido miedo alguna vez. Si es reiterado y no se puede controlar, es momento de buscar el origen a ese temor y que por su condición, no nos permite avanzar en ningún aspecto emocional. Así sucede por ejemplo, ante el miedo a la soledad; a no encontrar el amor o a la persona ideal para establecer un vínculo. Por esta razón nadie está exento de formularse alguna de estas preguntas: ¿por qué unos tienen más suerte que otros a la hora de encontrar pareja?¿estamos preparados para aceptarnos como somos y cómo lo debemos mostrar a los demás?

Ligados a estas cuestiones surgen los miedos, y sin duda, pueden bloquear la toma de decisiones y frenar sin verdadero motivo los mecanismos reales en el desarrollo de una posible relación. Si bien es cierto que estos miedos son lógicos si antes ha existido un fracaso sentimental, una ruptura reciente o una pérdida dolorosa del ser amado. Porque el miedo inherente a sentirnos solos y que sea la soledad la única persona con nombre propio que no tenga problemas en compartir sus experiencias con nosotros, se convierte en la losa principal de nuestra propia evolución personal. Se desata un mecanismo de auto convencimiento erróneo que afirma que no seremos capaces de enamorarnos otra vez, que no existirá nadie como nuestra pareja conocida y que todo está perdido. Pero ese gran temor a quedarnos solos es mucho más nocivo que la propia soledad, porque de una forma inconsciente, proyectamos en los demás la desesperación de querer abatir la condición adquirida de la soledad, y peor aún, a cualquier precio. Y eso se nota. Por lo general, con este temor irrefrenable en mente, una persona que anhela quererlo todo nada más conocer a otra, sin saber si será afín a sus intereses, activa todas las alarmas para que aquélla se termine espantando. La evidencia de la desesperante necesidad de quererlo todo ya, aleja a cualquiera que se encuentre en disposición emocional asertiva y segura de sí misma. Así que, relájate.

Por otro lado, cuando se tiene miedo a perder a la persona amada o conocida, nuestra conducta también nos delata: llamamos a nuestra pareja a todas horas con cualquier excusa; nos bloqueamos exigiendo saber de él o de ella continuamente, saber qué hace en todo momento, dónde está y con quién, hasta el punto de volvernos más celosos y posesivos. El temor puede dar un giro en nuestra propia contra revertiendo esa inseguridad a la pareja en cuestión, provocando una reacción de espantada y más aún, si se trata de alguien con el que se está comenzando algo. El miedo a perder nos condena a perder irremediablemente.


Por último, el miedo a repetir malas experiencias conduce al aislamiento voluntario hacia la soledad mal entendida. Tras una desilusión amorosa afirmamos rotundamente no volver a intentarlo. De hecho, cuando finalmente aparece de nuevo el amor y abrimos una puerta a la ilusión, en el fondo, no nos vemos capaces de volver a intentarlo a causa del pánico que nos produce el sentimiento de volver a sufrir por amor. En cualquier caso, lo mejor es esperar un tiempo para encajar cada pieza del puzzle en su sitio, y si todavía no se es capaz de ver el presente sin los ojos del miedo que nos dejó el pasado, acudir a la ayuda profesional es, sin duda, la mejor recomendación.

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