Evidentemente, adelgazar sí te produce una alegría positiva e inevitable, puesto que esta pérdida de peso es el resultado de un trabajo que has realizado durante un tiempo, y, oye, que se note y poderme poner esos vaqueros de hace 3 años, te pone feliz. Además, cómo te sientes físicamente también influye en otras cosas, como, por ejemplo, tus relaciones con otras personas. Pero lejos de todo esto, tu valor como persona no se reduce a los kilos de la báscula. Por tanto, cuando engordas o adelgazas, no son tus sueños, tus ilusiones, tus motivaciones de vida o tu modo de ser el que sufre también modificaciones. Tú sigues siendo la misma persona de siempre. ¡Eres un ser único e irrepetible al margen de cuál sea tu peso! Pero, además, el propio proceso de adelgazar también tiene una dificultad, dado que tienes que ser una persona fuerte para conseguir no caer en ciertas tentaciones, y ahí ya estás ganando.
Porque, además, aunque los kilos se observan físicamente a través de la apariencia corporal, existe un tipo de hambre que no se observa de forma visible: el hambre emocional. Son muchas las personas que comen por ansiedad, por estrés, por nervios, que, para deshacerse de esa sensación, necesitan llevarse a la boca un producto dulce. Esta es una de las razones por las que la salud no solo tiene que ver con el plano físico, sino también, en el ámbito emocional. Si adelgazas porque realmente necesitas perder algún kilo, te sentirás mejor físicamente y esto también influye en el plano emocional. Pero no vayamos a equivocarnos de emociones, sentimientos y propósitos, ya que las consecuencias pueden ser negativas.
¿Por qué creemos entonces que somos más felices cuando adelgazamos? Porque la sociedad actual nos hace creer que las personas delgadas son más bellas y tienen más éxito. Y, también, porque en la era de Instagram cada persona se esfuerza por mostrar su mejor imagen ante los demás.