Princesa, Princesas, Mi princesa, Princesa mía, La princesa de mis sueños… parecen variaciones de una misma fantasía de Disney, pero esconden historias muy distintas. Dicen que la música es el espejo del corazón, y pocos ejemplos lo muestran mejor que las canciones de David Bisbal o Pereza.
Unas princesas nacen del amor paterno, otras del desencanto o la ensoñación, y juntas hacen un retrato emotivo de lo que significa amar, imaginar o recordar.
David Bisbal escribió Mi Princesa en 2009 junto a Amaury Gutiérrez como una balada romántica. Años después, cuando nació Ella, hija suya, esa letra cobró sentido. Lo que antes parecía dedicado a una pareja ahora es un himno de padre a hija.
Un recordatorio de que hay amores que transcienden toda coyuntura. Bisbal la canta sabiendo que esa ‘princesa’ es alguien real, con voz, con recuerdos.
«Y sabes que eres la princesa de mis sueños encantados. Cuántas guerras he librado por tenerte aquí a mi lado. No me canso de buscarte, no me importaría arriesgarte.»
Al otro lado está Princesas de Pereza, una de esas canciones que suenan en radios, bares y fiestas, pero cuyo autor llegó a odiar por un tiempo. Leiva dejó de tocarla porque le generaba rubor, hasta que aceptó que para mucha gente esa canción había sido uno de los himnos de su juventud.
No es una princesa que sueña, ni es una hija a la que le dedica la canción; es la juventud misma, la búsqueda de algo real entre lo efímero.
«Qué inoportuno fue decirte ‘me tengo que largar’, pero qué bien estoy ahora, no quiero volver a hablar de princesas que buscan tipos que coleccionar a los pies de su cama. Eres algo que he olvidado ya.»
Luego está Joaquín Sabina y su icónica Princesa, que este año cumple 40 años. Muy distinta de las anteriores, esta princesa encarna la noche, la bohemia y el desencanto urbano. Nacida en Benidorm y convertida en himno de su carrera, es un retrato de juventud perdida y sueños rotos.
Una historia que ha cerrado conciertos y sigue emocionando a varias generaciones. La voz de Sabina la corona como reina de su propio universo, entre nostalgia y desparpajo.
«Ahora es demasiado tarde, princesa. Búscate otro perro que te ladre, princesa.»
OBK, con La princesa de mis sueños, recrea la princesa ideal, un amor soñado e inalcanzable que duele por su imposibilidad.
«En mis sueños sigues siendo la princesa de mi reino. Soledad en mis sueños.»
En cambio, David Bustamante ofrece su versión en Princesa mía, un canto romántico y apasionado dirigido a una pareja que deseaba. Un canto desgarrador que explora el dolor y la desolación que deja una ruptura amorosa.
«Princesa mía, me dejaste el alma vacía. Te robaste la fe y la esperanza sin llevarte esta soledad.»
Cada canción usa la misma palabra, pero la transforma según el sentimiento de quien la canta: hijas, fantasías o himnos generacionales. Y al final, lo que resuena es lo que sentimos cada vez que escuchamos la palabra ‘princesa’.
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