
Esta es una serie cargada de personajes que, a día de hoy, consideramos nuestra familia. La tensión se cocinó a fuego lento. Todo comenzó con la insistencia de Julio en ayudar a Rafael y Adriana a escapar del pueblo. «Yo no puedo más«, confesaba. Su plan era marcharse al sur de Francia y vivir en paz.
Luego, lejos de tanto romanticismo, Victoria sentía mucha intriga. Le repetía a José Luis que Adriana era la gran amenaza. Por otro lado, Victoria no se andaba con rodeos, su objetivo era ver a Mercedes arrodillada y pidiendo perdón.
Adriana se despedía de su gente. A Luisa, su mejor amiga, le confesaba que había llegado la hora de marcharse con Rafael y cumplir con su destino. Luisa lloraba la pérdida, pero Adriana intentaba consolarla diciéndole que el destino volvería a reunirlas.
Julio se encontraba con Úrsula en pleno valle para contarle que estaba dispuesto a dejar que Rafael y Adriana fueran felices. Pero Úrsula, siempre envuelta en oscuras intenciones, no tardó en tejer su propio plan. Le pidió a Ana que preparara una merienda especial. Cuatro copas, un brindis y un «toque» en la de su prima. Pero Ana dudaba: «¿Está usted segura de lo que va a hacer?». Úrsula le respondía: «Solo será un susto, confía en mí«.
Hasta que llegó la escena final. Julio, Adriana y Rafael se reunían junto a Úrsula. Él aprovechaba para disculparse y desearle lo mejor a los enamorados. Con las copas en alto, llegó el instante decisivo. Pero el veneno ya estaba servido.
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