
Una de las principales claves está en la percepción visual y psicológica. La psicología ha demostrado que el ser humano tiende a preferir los rostros simétricos. Desde un enfoque evolutivo, investigadores como Thornhill y Gangestad (1999) o Little y Jones (2003) señalaron que la simetría facial puede ser un indicador de salud genética y capacidad para resistir factores estresantes durante el desarrollo. Así, un rostro simétrico podría considerarse más atractivo desde el punto de vista biológico.
Otra teoría, conocida como el sesgo perceptual, indica que nuestro cerebro procesa con mayor facilidad los estímulos simétricos. Esto no solo se aplica a rostros, sino también a objetos cotidianos, obras de arte o paisajes. Sin embargo, la ausencia de simetría no excluye necesariamente la belleza. Existen rostros con asimetrías sutiles que resultan igualmente atractivos e incluso más interesantes a ojos de muchas personas.
Otro elemento crucial es la autoestima. Las personas que se sienten seguras frente a una cámara suelen proyectar una actitud relajada y natural. Esto se refleja en posturas y expresiones que favorecen el resultado final. En cambio, quienes se muestran tensos o incómodos pueden aparecer en las fotos con gestos forzados o posturas poco favorecedoras.
Ser fotogénico, por tanto, no siempre es una característica innata. Se puede trabajar y desarrollar con el tiempo. Aprender a conocer nuestros mejores ángulos, practicar posturas y entender qué tipo de iluminación o encuadre nos favorece son estrategias útiles. Muchas personas descubren que tienen un «perfil bueno», y saber aprovecharlo puede marcar una gran diferencia en las fotografías.
MÁS SOBRE: