
Aplicarla es tan sencillo como sustituir los castigos por consecuencias, pero estas han de cumplir cuatro preceptos ,y todos ellos empiezan por R, de ahí su nombre: respetuosas, razonables, relacionadas y reveladas de antemano. Así han de ser las consecuencias naturales de las acciones que nuestros hijos realicen. Algo que fomenta un aprendizaje significativo y una comprensión profunda de la responsabilidad.
Las consecuencias deben ser en primer lugar respetuosas con el menor, al que debe se tener presente en todo momento. Y es que con ello queremos que aprenda, no que tenga miedo y deje de hacerlo por eso. El niño debe sentirse comprendido y valorado y así estará más dispuesto a aceptar y a aprender de las consecuencias de sus acciones.
La segunda R se refiere a que las consecuencias sean razonables, es decir, no deben ser desproporcionadas o desmesuradas con respecto a las acciones del pequeño. Se deben aplicar en su justa medida: ni pasar por alto los hechos ni exagerando las consecuencias, ya que con ello solo generaremos confusión en el niño, mientras que si son adecuadas fomentarán la comprensión y el aprendizaje.
En tercer lugar deben estar ‘relacionadas’ con el comportamiento que deseamos corregir. Si esto es así, vamos a ayudar al niño a que vea la conexión entre sus acciones y las consecuencias de estas. Por ejemplo, si pinta una mesa, la consecuencia ha de ser ayudar a limpiarla, no estar un mes sin ver la tele. Y por último, el niño debe conocer antes de que se produzca la conducta inadecuada, es decir, deben ser ‘reveladas de antemano’. Así podrá tomar decisiones más conscientes y entender que las consecuencias no se escogen de forma arbitraria, sino que resultan de sus propias elecciones.