Todos somos habitualmente capaces de identificar los malos tratos físicos. Actos de violencia que provocan lesiones o enfermedades y que pueden ser observables o medibles y que no dejan lugar a dudas sobre su naturaleza agresiva.
Sin embargo, y a pesar de las campañas de difusión y concienciación, cada día vemos en consulta más personas afectadas por relaciones que conllevan malos tratos más sutiles, de esos que gota a gota van minando.
Si bien, esta violencia psicológica la padecen hombres y mujeres de todas las edades, son un motivo de consulta más frecuente entre la población femenina. Y dentro de este grupo existe un perfil muy característico, sorprendente y preocupante a la vez, que son las jóvenes, adolescentes o veinteañeras, que como si de una moda se tratase, se inician en las relaciones con el sexo opuesto eligiendo al peor candidato posible.
El “malote” triunfa entre las féminas.
Y hasta ahí podría ser solo una cuestión de la testosterona que irradian pero cuando el “malote” se vuelve tóxico, esa relación deja de ser una aventura juvenil para convertirse en una relación traumática que puede dejar secuelas emocionales importantes.
¿Cómo lo hacen?
Pues poco a poco, valiéndose de la inseguridad y generalmente la baja autoestima de las chicas:
– Les cuestionan y critican su aspecto físico o forma de vestirse: así es como generan complejos o favorecen el desarrollo de trastornos alimentarios.
– Les tratan con desprecio y les culpabilizan por todo, por lo que ellas van creyendo que todas las discusiones son porque no están a la altura de tamaño “príncipe”.
– Les apartan de sus relaciones más importantes para que sean más fácilmente manipulables.
– Se centran en sus necesidades ignorando las de las chicas. Se observa esto muy especialmente en el terrreno sexual.
– Se sienten libres para tontear con otras o ser infieles, a la par que son muy controladores y posesivos con sus parejas.
– Les dirigen expresiones verbales agresivas o insultos de manera habitual, lo que las chicas aceptan y justifican como una mera forma de hablar desenfadada.
– Les amenazan con dejarlas con frecuencia o les expresan a menudo sus dudas sobre si están interesados en ellas o no.
– Muchos tienen comportamientos abiertamente patológicos como abuso de sustancias, adicciones, problemas con la ley, etc, pero no todos, algunos son
buenos alumnos de su carrera universitaria.
¿Y cómo son ellas?
En general, son chicas con baja autoestima, está claro, lo que las lleva a dar por buenas las pocas migajas afectivas que reciben, pero no tienen peor autoestima que otras que, sin embargo, han hecho mejores elecciones.
Lo que más llama la atención es que estas chicas al ver el percal no salgan corriendo a la primera ni a la segunda. Permanecen en la relación en muchos casos varios años, hundiendo su autoestima en un pozo sin casi darse cuenta hasta que es tarde.
Está claro que la dinámica de los malos tratos conlleva esa dependencia pero estamos hablando de nuestras generaciones más jóvenes, que han crecido bajo permanentes campañas de sensibilización y con un claro posicionamiento social en contra de este tipo de violencia.
Sin embargo, es como si el malote tóxico fuera por otra vía, como si todavía tuviera demasiada aceptación social entre las jóvenes, como si jugar a conquistar al maltratador fuera un juego que tuviera algún premio.
Es imprescindible que se enseñe a las adolescentes a que detecten tempranamente esas señales y se aparten cuanto antes de parejas así. No sólo por el daño que les causará directamente sino porque relaciones tan nocivas como estas, al comienzo de la vida, transmiten una errada sensación de que así son los chicos, de que eso es todo lo que pueden esperar de ellos o pero aún, todo lo que ellas merecen.
Como siempre, el educar desde casa y desde antes de que las cosas ocurran es la mejor de las campañas.
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