La endorfina actúa como un analgésico que alivia el dolor y aporta sensación de bienestar; mientras que la serotonina es otro neurotransmisor que se vincula con el control de las emociones y el estado de ánimo, aunque cumple con otras funciones, y la dopamina se considera que es la causante de las sensaciones de placer o relajación. En el caso de la oxitocina, es la hormona que tradicionalmente se ha asociado con el amor.
Una teoría que ahora ha quedado desmitificada gracias a un estudio de la Universidad de California publicado en la revista Neuron en el que han analizado el comportamiento de los topillos de la pradera (Microtus ochrogaster), unos roedores de lo más interesantes que mantienen una misma pareja durante toda la vida.
Por ello, resultaron los conejillos de indias ideales para esta prueba y los investigadores de la institución californiana inhibieron (mediante un fármaco) la hormona de la oxitocina de los cerebros de estos animales al nacer y comprobaron que aún así los vínculos con su pareja y el resto de los topillos no sufrían ningún cambio.
Es decir, a pesar de que alteraron el cerebro de estos roedores para que no detectasen la hormona, su conducta social no cambiaba (apareamiento, apego y crianza) y seguían tratando igual al resto de animales de su entorno.
Estos resultados del estudio llevaron a los investigadores de la Universidad de California a pensar que la oxitocina no es el único neurotransmisor encargado de crear vínculos amorosos, ya que los sentimientos de afecto y cariño surgen de forma mucho más compleja. «Este estudio nos dice que la oxitocina es probablemente solo una parte de un programa genético mucho más complejo», resumió el psiquiatra Devanand Manoli, autor principal del artículo.
Solo hubo una diferencia entre los topillos que no habían desarrollado oxitocina y los que sí; y es que las hembras a las que se les inhibió esta hormona producían meno leche materna.
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