El grito desgarrador de Manuel Vicent: «Nunca hay suficientes lágrimas a la hora de enterrar a un hijo»

El escritor se despide de Mauricio Vicent en una columna de El País

Nuria Serena

Mauricio Vicent, histórico corresponsal español en Cuba de la SER y El País, falleció en La Habana hace una semana a consecuencia de una crisis cardiorrespiratoria producida por un ataque de asma.

Su padre, el escritor Manuel Vicent, publicó el pasado domingo una emotiva columna que ha sido viral en redes sociales en la que ha mostrado su enorme dolor ante la inmensa pérdida.

«Nunca hay suficientes lágrimas a la hora de enterrar a un hijo. Ningún dolor puede ser tan profundo«, lamenta Manuel Vicent (Villavieja, Castellón, 10 de marzo de 1936)


Manuel Vicent, la despedida a Mauricio en El País

                                                                                      Mientras Viva

Llegó la muerte sigilosamente de madrugada y con una certera puñalada se llevó al ser que más queríamos.

Qué artera ha sido la muerte, que en vez de dármela a mí eligió solo herirme en ese punto que más me podía doler.

Nunca hay suficientes lágrimas a la hora de enterrar a un hijo.

Ningún dolor puede ser tan profundo. Sé muy bien que con el tiempo todo se desvanece, pero, mientras viva, ni el tiempo ni la muerte podrán arrebatarme nunca el amor que sentía por mi hijo y el que él me regalaba con su furiosa alegría de vivir.

La gloria es la única inmortalidad que está en poder de los humanos. “No consientas ―dice Isócrates― que toda tu naturaleza sea destruida a la vez; por el contrario, ya que te tocó en suerte un cuerpo mortal, intenta dejar el recuerdo inmortal de tu espíritu”. Cuando empezó a ejercer de corresponsal en La Habana, mi hijo me pidió algunos consejos.

Le dije: ”Mauri, no uses adjetivos en los que podrías verte involucrado y desprotegido. El verbo es la acción con que se definen los hechos. Así lo han usado siempre los grandes periodistas. El prestigio de un corresponsal consiste en estar bien informado. Sé leal, solidario y generoso con los compañeros. Por lo demás, hazme el favor de no vivir tan deprisa”.

Eso es lo que pasó, que el fuego de su vida encontró demasiado pronto sus cenizas. Vuela ahora mi pensamiento hacia los días felices del pasado, a los veranos compartidos con los amigos en que salíamos juntos a navegar.

Esta vez la quilla partirá en dos su memoria y las olas batirán con ella los costados del barco. Llegará el otoño y su silueta se confundirá con una de las hojas doradas arrastrada por el viento y luego se irán alejando su voz y sus risas hasta perderse en la niebla de un extraño aeropuerto donde se embarcan solo las almas y allí ante la última aduana le diré: buen viaje, Mauri. Llámame en cuanto llegues a La Habana.

No ha sido la única despedida a Mauricio Vicent que se ha viralizado en las redes sociales. Las palabras de Héctor Garrido, fotógrafo y amigo personal del corresponsal, rebosan cariño y dolor por su repentina marcha.

«Anoche se me fue un amigo, un compañero de batallas: Mauricio Vicent. Así, sin más. Hace escasamente diez días aún estábamos soñando juntos con nuevos proyectos mientras compartíamos un café en una azotea de nuestra amada Habana.

Aquella mañana se marcho dándome un abrazo largo, cariñoso, que de pronto me sonó a última despedida, aunque entonces ni él ni yo supiéramos lo que estaba a punto de ocurrir.

Desde hacía tres o cuatro meses andábamos sumergidos en profundidad en un hermoso proyecto sobre la música cubana. Frecuentábamos los últimos rincones y tugurios de La Habana donde aún se baila con paso antiguo el son que recoge el alma de la isla.

Mauricio estaba entusiasmado porque para ambos suponía un viaje único a un pasado en la música -entendida ampliamente como movimiento social, más allá de su propio sonido- que aún se resiste a desaparecer.

Mucho antes de eso, para el diario El Pais, nos habíamos permitido perdernos en la Cuba iluminada -la de los artistas-, en la Indígena -la de los últimos descendientes de los indios-, en la histórica -de los relatos de una forma de ver la vida que no volverá-, pero también en los paisajes de la naturaleza Europea, en Doñana -desde el aire y con los pies bien hincados en el fango de la marisma- y hasta en la romería de El Rocío -de la que él salió casi apaleado-.

Decenas de historias que nos habían convertido en hermanos, como nos cuece la intensidad de la vida en el fragor de la batalla. Pero se nos quedaron muchas cosas por hacer. Muchas.

Solo hace diez días que estábamos comenzando a construir nuestros próximos relatos. Acaban de quedar inconclusos. Sé perfectamente lo que hubiera dicho si lo hubiera sabido. Me resuena su voz, como si aún estuviera sentado frente a mí, compartiendo ese último café: “la vida es de pinga”.

Fotografía @hectorgarridophoto

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