Esto no siempre es fácil, sobre todo si se trata de hechos especialmente graves, frecuentes o nosotros somos especialmente vulnerables. Y es posible que entonces experimentemos desconfianza hacia los demás o que nos sintamos especialmente desvalidos e incluso nuestra capacidad para disfrutar del día a día, trabajar y socializar disminuya significativamente.
Esto puede hacernos desear desquitarnos con la persona que nos ha ocasionado semejante sufrimiento, algo por otra parte completamente normal, ya que tal y como explica el catedrático emérito de Psicología Clínica en la Universidad del País Vasco, Enrique Echeburúa en El País, «el ansia de revancha en respuesta a una mala acción está arraigada en lo más profundo del ser humano. El resentimiento consiste en sentirse dolido y no olvidar, en respirar siempre por la misma herida. Es un estado afectivo que carcome por dentro y que una y otra vez tiende a imaginar la forma de dañar al otro.»
En la mayor parte de los casos tenemos capacidad suficiente para superar este sufrimiento emocional que nos ocasiona el agravio por parte de otros. Algo a lo que ayuda mucho el paso del tiempo, implicarnos en nuevos proyectos y relaciones y el apoyo familiar y social. Y una cosa más muy importante en este proceso, el perdón.
Echeburúa apunta que «perdonar supone dejar de tomar en consideración la afrenta recibida sin guardar rencor al ofensor. A un nivel de supervivencia, la tendencia a perdonar es una cualidad genética favorecida por la fuerza evolutiva de la selección natural porque permite a los miembros de la especie humana hacer las paces con el ayer, recuperarse y perpetuarse.»
Además, al perdonar nos estamos quitando una carga de encima, nos reconciliamos con nosotros mismos y recuperamos nuestra paz interior, librándonos así del dolor. Y todo ello supone una mejora de nuestra salud física y mental.
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