
El aburrimiento es algo natural, parte de la infancia, y no habría que verlo como algo negativo, sino como una oportunidad para fomentar las capacidades de los más pequeños.
El aburrimiento no significa que no se preste la suficiente atención a los niños. De hecho, la ausencia de estímulos inmediatos hace que aprendan a gestionar su tiempo, desarrollen su creatividad y descubran cuales son sus intereses propios.
No se trata de ignorar la queja, sino de hacerles comprender que los problemas no tienen por qué resolverse al instante.
En las vacaciones, es sencillo que las pantallas adquieran mayor relevancia. No se refiere a prohibirlas, sino a su uso prudente. Definir periodos y términos claros, sin convertirlos en un medio para aplacar el aburrimiento, ayudará a que no se desplacen otros modos de juego o interacción.
También es posible que el verano sea un buen periodo para volver a descubrir lo que ya se encuentra disponible: bibliotecas, lugares naturales, centros culturales, piscinas, parques, ferias, talleres municipales… Una salida semanal puede interrumpir la rutina y proporcionar aire a todos sin la necesidad de hacer viajes de gran envergadura.
A veces el aburrimiento aparece cuando los niños perciben que no tienen un rol definido en lo que sucede en su entorno. Incorporarlos en las actividades cotidianas puede contribuir a que se sientan útiles y conectados con su entorno: elaborar una comida simple, regar las plantas, organizar la lista de compras, doblar la ropa… A pesar de no ser actividades recreativas, representan una oportunidad para adquirir conocimientos y cooperar.