Kiko Hernández ha tomado una de las decisiones más difíciles de su vida personal y profesional. El colaborador de No somos nadie ha confirmado que abandona definitivamente su negocio en Melilla y regresa a Madrid junto a su marido, Fran Antón, después de haber sido víctima de una agresión en plena calle. Un episodio que ha marcado un antes y un después y que les ha llevado a ‘tirar la toalla’ por seguridad.
Durante las últimas semanas, la situación se había vuelto insostenible. La clausura del local por parte de las autoridades desató una protesta que acabó con Fran Antón encadenado a las puertas del establecimiento con una huelga de hambre que le llevó al hospital. Kiko se sumó a esa reivindicación pública, denunciando presiones y el cierre repentino del proyecto en el que habían invertido una gran cantidad de dinero.
El punto de inflexión llegó tras un episodio violento ocurrido de madrugada. Tal y como relató el propio Kiko en el canal Quickie, mientras permanecía encadenado, enviaron a varias personas para molestarles. Lo que empezó como una provocación terminó en una agresión física. «Nos dieron una paliza», explicó, detallando que tanto él como un trabajador de 60 años resultaron heridos. Ambos tuvieron que acudir al hospital y el colaborador cuenta con un parte de lesiones y una denuncia presentada ante la Guardia Civil.
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A partir de ese momento, la decisión fue clara. «Está pendiente de juicio, que será en breve. Después de ese momento dije ‘hasta aquí’, sobre todo de parte de quién venía esa gente. Está grabado todo en el móvil y está denunciado», confesó, reconociendo que la situación ya no era solo una cuestión empresarial, sino de seguridad personal.
Aunque Kiko Hernández asume importantes pérdidas económicas, ha explicado que parte del mobiliario del local será trasladado a Madrid para aprovecharlo en otros proyectos. Aun así, calcula que dejarán de facturar cerca de 200.000 euros y lamenta especialmente la situación de las familias y empleados afectados.
En lo personal, el colaborador se muestra más tranquilo tras el regreso. Sus hijas están «felices» y su entorno familiar respira aliviado. Además, ha querido desmentir rumores de crisis: «No nos hemos soltado la mano nunca. No hay separación».
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