¿Por qué mentimos?

Redacción Cadena Dial

Enciendes la tele y ves a gente mintiendo. La vecina te dice que le va genial y sabes que miente como Pinocho. Tu ex sube unas fotos en las redes sociales donde parece superfeliz, pero sabes que está siendo más falso que Judas. Y tu hijo le dice a su tía abuela segunda que le gusta mucho el regalo que le ha hecho y piensas «¡he criado un monstruo!».

La mentira está en todas partes. Siempre se nos dijo que mentir está mal. También sabemos que ser pillados en una falsedad puede tener consecuencias negativas. Entonces, ¿por qué seguimos haciéndolo?

¿Por qué mentimos?

Quizá deberíamos preguntarnos, más bien, ¿soportaríamos la verdad? Hay mucha gente que se jacta de ir con la verdad por delante, pero lo cierto es que todos mentimos. Cabe preguntarse si esas personas tan honestas (que lo son mucho menos de lo que piensan) soportarían que se les dijera todo sin filtro.


La convivencia sería difícil si siempre fuéramos brutalmente honestos. Por eso, maquillamos nuestro mensaje con palabras bonitas o tenemos actitudes que enmascaran nuestro auténtico sentir. No hace falta soltar embustes tamaño petrolero. Expresar una falsa sonrisa o hacer lo contrario de lo que decimos también son formas de mentira. ¡Lo hacemos todo el tiempo!

Un motivo muy natural

Somos animales sociales y relacionarnos con los demás forma parte de nuestra naturaleza. Eso implica que la comunicación es nuestra herramienta fundamental. Es lo que usamos para ganar y perder, así que parece bastante lógico que mintamos por beneficio, por supervivencia.

Inconscientemente sabemos que la verdad duele y que no pasa nada por mentir un poquito o ablandar lo que decimos. Mentimos hasta sin darnos cuenta. Lo curioso es que faltando a la verdad facilitamos la vida de todos, empezando por nosotros mismos.

Son discusiones que te quitas, pero también sirve de ayuda para lubricar las relaciones sociales y caer mejor. Así evitamos conflictos y juicios negativos, protegemos nuestra intimidad, parecemos más agradables y simpáticos y estrechamos lazos con los demás. Las has oído (o dicho) mil veces:

– «El perro se comió mis deberes».

– «¡Qué bien te queda ese peinado!».

– «Oye, estás divina».

– «Me acordé mucho de ti el otro día».

– «¡Ay, sí! ¡Qué ganas de quedar con tu madre!».

– «Oye, esto está riquísimo. ¿De verdad lo hiciste tú?».

¡No lo niegues!

Las mentiras de ellas y las de ellos

La mentira ha sido profundamente estudiada por psicólogos y antropólogos. Una de las conclusiones es que hombres y mujeres mentimos en igual cantidad, pero no de igual forma.

Todos, más o menos, mentimos por motivos de supervivencia, para hacernos la vida más fácil. Pero, aparte de eso, hay circunstancias que diferencian a las falsedades masculinas de las femeninas.

Por un lado, se ha encontrado que los hombres cuentan trolas y exageran para dar una mejor imagen de sí mismos. Lo del parchís de «comerse una y contar veinte» sería un buen ejemplo. Los hombres faltan a la verdad para quedar mejor y ganar estatus, sea en el sentido que sea. Es decir, para proteger su propia autoestima y aumentar la consideración que los demás tengan de ellos.

Por su parte, las mujeres mienten más para proteger la autoestima ajena. Es decir, evitan el conflicto mintiendo sobre aspectos que tranquilizan a los demás. Es la mentira piadosa, esa que no tiene mayores consecuencias que hacer sentir mejor a otros. ¿Te suena alguna relacionada con los tamaños que no importan?

En conclusión, todos faltamos a la verdad rutinariamente. Pero eso no nos exime de responsabilidad. Quizá no sean tan importantes las pequeñas mentirijillas que nos facilitan la convivencia. Sin embargo, sí deberíamos evitar los embustes peligrosos, los que hacen daño de verdad a quienes nos rodean. ¡Que no te crezca la nariz!

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