Cuando los hijos emprenden su propio camino o se van al colegio, muchos padres experimentan un cambio emocional que va más allá del orgullo por su independencia. Esa sensación ha sido denominada coloquialmente como síndrome del nido vacío. Una mezcla entre tristeza, vacío, soledad y en algunos casos, ansiedad o pérdida de rumbo.
El momento en el que los hijos se independizan es un proceso natural por el que todos pasan. Como apuntan desde el Instituto de Medicina EGR, «que los hijos se independicen forma parte de un ciclo vital normal dentro del sistema familiar».
Sin embargo, este paso puede volverse complejo cuando los sentimientos que lo acompañan resultan intensos o prolongados. La psicóloga María Velasco recuerda que «no hablamos de una enfermedad, sino de una etapa vital merece compresión».
El recorrido emocional suele tener matices distintos en función del género. Velasco apunta a una causa tiene que ver con los roles tradicionales de cuidado: «son las mujeres quienes en general se encargan de los cuidados y quienes tienen que atravesar este duelo».
El Instituto EGR también señala que, aunque puede darse en ambos progenitores, es más frecuente en mujeres porque asumir el rol de cuidadoras principales, y los cambios hormonales suelen coincidir con este momento.

Esta situación se considera problemática para una persona cuando los sentimientos de tristeza o vacío interfieren en la vida diaria de los padres, impidiéndoles llevar a cabo su vida con normalidad.
Entre los síntomas más comunes se encuentran la soledad, la pérdida del interés, el llanto frecuente o la sensación de falta de cariño. En los casos más severos, puede derivar en ansiedad o depresión.
La buena noticia es que esta etapa puede vivirse como una oportunidad. El cambio de rol familiar puede abrir un tiempo para descubrir otras cosas.
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