Empezamos con todos aquellos frioleros que, por diversos motivos, no abandonan el pijama ni en verano. Es el caso de Sonsoles, cuyo argumento es tan desagradable como convincente: «Si supieran que los ácaros suben por la noche y empiezan a comerse la piel muerta… Se lo pensarían».
Otra atrevida que parece estar de acuerdo es Mari, siempre acompañada del nórdico sea cual sea la época del año. Aunque el frío de Galicia siempre ayuda, ella resalta la «maravilla de dormir arropadita».
En el otro lado de la balanza, encontramos a Montse, a quien los ácaros le preocupan entre cero y nada. Reconoce que odia la sensación de estar encerrada y por eso siempre deja la ventana abierta, ¡incluso en invierno!