Un reciente estudio llevado a cabo por investigadores de la Universidad de Pensilvania ha desvelado un mecanismo hasta ahora poco comprendido en la sociedad. Los nuevos fármacos adelgazantes, como la tirzepatida, no solo regulan el metabolismo, sino que también modulan la actividad del cerebro en zonas relacionadas con la recompensa.
Estos medicamentos ayudan a controlar el hambre y reducen esas ganas constantes de comer ‘por puro antojo’. En el estudio, una mujer que participaba en la investigación explicó que, tras tomar el fármaco, su mente dejó de tener pensamientos sobre comida. Los expertos llaman a eso ‘ruido alimentario’, ese runrún interno que te hace pensar en picar algo cuando no te hace falta.
La novedad de esta investigación reside en que, por primera vez, se ha metido un sensor eléctrico en humanos en la zona cerebral que gobierna la motivación y el placer de comer. El fármaco provocó una disminución de las ondas cerebrales típicas de la excitación ligada al antojo.

Sin embargo, el efecto no fue permanente. A los cinco meses de tratamiento, los patrones cerebrales y los momentos de deseo por comer regresaron. Esto sugiere que ese apagón del placer es temporal.
Esta investigación marca un avance en cómo entendemos el sobrepeso y la adicción a la comida. No basta con ver la obesidad como un problema metabólico; hay un componente neurológico y metabólico profundo, en el que el cerebro juega un papel fundamental.
A medio plazo, estos hallazgos podrían conducir al desarrollo de terapias más precisas y duraderas, especialmente para la lucha contra atracones o hambre emocional. Pero los expertos advierten con prudencia, pues todavía no se sabe si el efecto podrá mantenerse a largo plazo ni en qué medida todos los pacientes responderán igual.
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