Durante años se ha hablado de la relación entre los alimentos y la salud física, pero la ciencia lleva tiempo señalando un vínculo igual de relevante: lo que comemos también influye en cómo nos sentimos. El estado de ánimo ya no es puramente emocional, también, está conectado con procesos biológicos que se activan o bloquean dependiendo de los nutrientes que comamos. Hoy, las investigaciones confirman que la dieta puede convertirse en una herramienta poderosa para mejorar el bienestar mental.
El cerebro necesita ciertos compuestos para producir neurotransmisores como la serotonina, la dopamina o la noradrenalina, responsables de regular el ánimo, la motivación y la sensación de calma. El triptófano, los ácidos grasos omega‑3, las vitaminas del grupo B y los antioxidantes son algunos de los nutrientes clave para que este sistema funcione correctamente.
Alimentos tan cotidianos como los plátanos, los huevos, el salmón, las nueces o las legumbres aportan estos elementos esenciales. Su consumo regular favorece la producción de serotonina y ayuda a mantener estable el estado emocional.

Otro de los grandes protagonistas es la flora intestinal. Cada vez más estudios señalan que el intestino y el cerebro están conectados a través del llamado eje intestino‑cerebro, una vía de comunicación que influye en el estrés, la ansiedad y la regulación del ánimo.
Los alimentos fermentados, como el yogur natural, el kéfir o el chucrut, así como los ricos en fibra, contribuyen a mantener una dieta equilibrada. Esto no solo mejora la digestión, sino que también favorece una respuesta emocional más estable.
Del mismo modo que ciertos alimentos ayudan, otros pueden perjudicar. El consumo excesivo de azúcar o los productos ultraprocesados se asocia con inflamación y con picos de energía que después se convierten en bajones y en estar más irritables.

En un contexto en el que la salud mental se ha convertido en una prioridad global, la evidencia científica apunta a una conclusión clara: mejorar el humor no depende solo de la fuerza de voluntad o de la gestión emocional, sino también de hábitos cotidianos tan básicos como la alimentación.
Incorporar alimentos ricos en nutrientes clave, cuidar la flora intestinal y reducir el consumo de productos ultraprocesados puede marcar una diferencia real en cómo nos sentimos.
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