Dieta intuitiva: come hasta que dejes de tener hambre

Redacción Cadena Dial

Últimamente parece que estamos enemistados con la comida. Todo son normas, límites y regulaciones. Que si esto a esta hora, que si aquello después. Que si no mezcles este alimento con este otro. Que si cinco comidas al día. Que si patatín que si patatán. Nunca habíamos tenido tanta información (y desinformación) sobre la comida, tantas discusiones sobre el tema y tantos bandos enfrentados en la mesa.

¡Alto ahí! ¿Es que no podemos comer, sin más? ¿No es posible tener una relación saludable con el acto de alimentarnos? Podría ser posible, si atendemos a lo que sugieren los defensores de la llamada dieta intuitiva. Que más que una dieta, en realidad es una forma de alimentación. ¿Quieres saber de qué trata?


El ansia que no se va

¿Recuerdas cuando eras un bebé y llorabas para pedir el pecho? No, y nosotros tampoco. Pero así funcionabas: tenías hambre, berreabas un poco y te daban de comer. No te preocupaba nada más que lo que te pedía el cuerpo. Era instintivo, era natural, era normal.

Ahora te sientas en el restaurante, lees la carta y sientes los lagrimones a punto de brotar solo con ver ciertos platos. Pero, entonces, llega la ‘policía de la comida’ y te dice que no, que mejor ensalada. Que ese suculento manjar no es para ti. Y que ese postre de muerte por chocolate tampoco, mejor un poleo menta.

Entonces te tomas la sanísima pero aburrida ensalada. Y te vas a casa y estás con la mosca detrás de la oreja, porque sigues deseando el jugoso manjar que tenía más calorías. Y lo deseas, y lo deseas. Y al final caes en la trampa de alguna manera: esa noche o al día siguiente te compras un kilo de bollería industrial o te pides una pizza familiar. Resultado: comes lo que no debes y, además, te sientes culpable por romper con ‘las normas’.

Come lo que quieras

¿Y si hubieras aceptando esa llamada instintiva? ¿Y si te hubieras regalado los manjares sin drama ni culpabilidad? En ese caso, es posible que hubieras satisfecho el apetito de tu paladar, de tu estómago y de tu espíritu. Porque la cabeza también come y necesita premios y satisfacciones.

Entonces habrías vuelto a casa con una sonrisa de satisfacción, sin ansia por lo perdido, sino con felicidad. Habrías dejado atrás el apetito voraz y, más tarde, habrías cenado una ensaladita. Simplemente, porque el ansia se habría ido.

Una vez satisfechos los caprichos, se recupera la relación normal con la comida. Con el tiempo, acabas por descubrir que tu alimentación habitual es más sana que antes. Dejaste de necesitar dietas de adelgazamiento, porque has acabado por adoptar los alimentos y las cantidades que son naturalmente saludables para ti. Es la tranquilidad que llega cuando sabes que los caprichos no están prohibidos, sino que puedes concedértelos sin problema. Al final, dejan de ser importantes.

La dieta intuitiva te propone hacer eso: nutrir al cuerpo según lo que el cuerpo te pida y cuando te lo pida, sin horarios rígidos ni obligaciones. Es comer por intuición, dejándose llevar, pero también es una alimentación consciente. Se mantiene la atención sobre lo que se come. Para practicarla adecuadamente, y que tenga buenos resultados a medio y largo plazo, exige que te dejes llevar, en efecto, pero que comas con calma.

El truco es frenarse y deleitarse. Saborear, disfrutar, satisfacerse. Al sentirnos llenos, debemos parar y preguntarnos si de verdad queremos más. ¡Ni pasar hambre ni reventar!

Los defensores de esta dieta insisten en que se consiguen grandes resultados. Se firma la paz con la comida, se come menos cantidad, se está más sano y se es más feliz. ¿Se puede pedir más?

 

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