‘El cuerpo tiene memoria‘, así se titula el libro de Natalia Seijo, una de las psicólogas más reconocidas del panorama científico español. En su obra desarrolla cómo las propias vivencias tienen una consecuencia directa en nuestro cuerpo.
Como ella explica, a menudo vemos el cuerpo como el convidado de piedra de nuestra vida, que vive al margen de nuestros sentimientos y traumas. Pero la realidad es que nuestro cuerpo tiene memoria y se expresa continuamente, aunque no siempre sepamos traducir su lenguaje.
Es importante entender el concepto de la ‘somatización‘: la tendencia a experimentar el estrés emocional en forma de dolencias y sensaciones físicas que se expresan de manera clara y visible en alguna parte del cuerpo o a través de síntomas de enfermedad que no tienen explicación médica. «Todos tenemos somatizaciones como un proceso natural del cuerpo. Sin embargo, algunas personas referimos más, lo que ya no es tan natural ni normal», señala la psicóloga en una entrevista a la web de Informativos Telecinco.
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Algo fundamental que explica en su libro son las heridas emocionales de la infancia: «El cuerpo muestra la historia de nuestra vida: cuando la familia, sea de forma consciente o inconsciente, no cumple con algunas de sus funciones, aprendemos a tener una autopercepción negativa o distorsionada de nosotros mismos, miedos, bloqueos a la hora de relacionarnos, sentirnos incapaces. Podremos arrastrar estas heridas de infancia a lo largo de nuestra vida y esto dejará un impacto significativo en cómo nuestro cuerpo maneja el estrés emocional y, en consecuencia, tal vez cause daños en nuestro sistema inmunológico y nuestra salud física en general».
Las más comunes son la herida del rechazo y la herida de abandono. Si sufres la primera de estas heridas, seguramente te sientas que no eres deseado o hayas desarrollado creencias del tipo «no pertenezco», «no soy aceptado». Esto genera baja autoestima, miedo al abandono, tendencia a aislarse o evitar relaciones cercanas. «Las personas con esta herida intentan hacer siempre lo que los demás esperan, ya que es la forma de sentirse aceptados, porque creen que si se muestran tal y como son los rechazarán aún más«, explica la autora.
Además, existen investigaciones recientes que sugieren que el rechazo provoca una activación en áreas del cerebro asociadas con el dolor físico, como la corteza insular posterior dorsal. “Por lo tanto, el rechazo ‘duele’, ya que tanto él como el dolor físico comparten una representación somatosensorial común. Además, otras investigaciones determinan cómo el rechazo por compañeros, como sucede en el bullying, puede ser una intensa fuente de estrés que debilita el sistema inmune y hace a la persona más vulnerable a infecciones y enfermedades físicas”.
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